Mary Anderson
Mary Anderson pertenece a una larga lista de inventoras a las que el machismo ha dejado en un segundo plano. Nacida en 1866 en una humilde familia campesina del condado de Greene, Alabama, Anderson apenas ocupa un puñado de renglones de los libros de historia de la automoción a pesar de protagonizar uno de los logros más importantes en materia de seguridad vial de principios del siglo XX: inventar el limpiaparabrisas.
Todo ocurrió cunado Anderson se fue a visitar a unos amigos que vivían en Nueva York (EEUU). Por culpa de la nieve, el trayecto se alargó más de la cuenta, sobre todo porque el conductor tenía que bajar constantemente para limpiar las lunas a mano. Fue en ese momento cuando a Anderson se le ocurrió la idea de que un dispositivo pudiera limpiar el cristal accionándolo desde el puesto del conductor.
Un año después consiguió patentar su invento y se lo ofreció a diferentes compañías automovilísticas, que lo rechazaron sin vacilar. Una de ellas alegó que el dispositivo tenía “poco valor comercial”. Tras 17 años sin lograr que nadie apostara por su invención, Anderson dejó que la patente caducara sin renovarla.
Por supuesto, existía un componente machista. Al tratarse de una mujer, el invento fue causa de burlas, chistes de mal gusto e incluso víctima de las críticas de los conservadores que pensaban que podría ser una distracción fatal para el conductor.
Tan solo dos años después, Cadillac y Ford añadieron de serie el limpiaparabrisas en sus vehículos y su inventora no obtuvo ningún tipo de reconocimiento.
Curiosamente, uno de los primeros limpiaparabrisas eléctricos fue inventado por otra mujer, la canadiense Charlotte Bridgwood, que lo registró en 1917 con una patente estadounidense.
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